Por alguna razón, hablar de terapia no es algo que normalmente que se comparta abiertamente. Al menos, no conozco mucha gente que lo haga. Es más, he estado yendo de forma más bien regular a terapia (con una psicóloga) desde fines del 2020. Y no, no fue por trabajo, fue por una relación amorosa fallida. Todo se mezcla en mi cabeza, pero claramente, como ya estaba en lo de la astrología y había hecho un poco de trabajo con mi niña interior, lo que sentía que me faltaba era algo que me había resistido a hacer por años: hablar con un profesional de la salud mental sobre cómo me estaba sintiendo.
Ese es el punto central de este artículo: ¿por qué hay tanta resistencia a comenzar terapia? Es como si fuera tabú el aceptar que necesitas ayuda. En mí caso, sentía el estigma venir: que otros me vieran como débil, incapaz. Pero más que eso, aceptar que yo sola, no era capaz. Y claro, no ayuda que algunas personas alrededor tuyo digan que ir a terapia es para débiles. Es más, hubo algunas que, luego de mi burnout, cuando supieron que estaba también en terapia, me dijeron cosas como “ah, y aún estando en terapia no te ayudó a prevenir el burnout, entonces no te sirve de nada.” Quizás no lo dijeron con la intención de sonar insensibles, pero como sea, no puedo estar más en desacuerdo con su apreciación.
De hecho, quizá el que me hubiera abierto a destapar la caja de pandora con un terapeuta empezó a poner luz sobre varios temas en mi vida que estaban pasando desapercibidos para mí, y el burnout fue un “efecto colateral” de cuando te sientes en incoherencia contigo misma. Por tanto, si bien no “previno” el burnout, claramente sí que sirvió el trabajar mi tumulto emocional de la mano de una profesional capacitada en ese momento (y aún.)
Mirando hacia atrás, siento que fue un acto de empoderamiento personal también. Me atreví. Lo hice, a pesar de lo que pudieran pensar otras personas (o yo misma.) Así lo sigo viendo: pedir ayuda e ir a un terapeuta es un acto de amor propio, pero también un acto de amor hacia tu red de apoyo, porque por mucho que tengas familias, amigos, pareja, etc., disponibles para apoyarte, hay temas que se escapan de lo que puedan hacer por ti. Es más, muchas veces los temas son directamente un resultado de nuestras interacciones con estas personas, por lo que llevarlas primero a un ente neutral puede efectivamente prevenir hacerle daño al otro, sobre todo cuando le podríamos estar proyectando injustamente nuestros traumas y caca mental no resuelta.
PERO, nadie te puede obligar a ir a terapia. Es algo que, como muchas cosas en la vida, para que funcione realmente, tienes que querer hacerlo por ti cuando lo sientas, a veces incluso cuando ya no des más. Sólo así se puede sostener en el tiempo. Y, a pesar de tomar esa gran decisión, nada te asegura que la primera persona que elijas para trabajar será la ideal para ello, pero al menos hay que intentarlo. Y si no funciona, seguir buscando. Como es una relación, es muy importante sentirte cómoda con tu terapeuta; si no, es difícil realmente ser vulnerable y abrirte de forma que sientas la diferencia luego de una sesión.
Hoy por hoy, para mí (y como leí en un libro hace poco), ir a terapia es como entrenar para una carrera de larga distancia: para ver los resultados, hay que estar comprometida, ser constante y estar presente. No es necesariamente algo que te cambiará la vida de la noche a la mañana, pero cuando mires hacia atrás podrás comparar entre cómo llegaste y cómo te sientes. Seguro que habrá diferencias o avances.
De momento, no he conocido a nadie que esté yendo a terapia que se arrepienta de ello. Y es porque funciona, cuando pones de tu parte, funciona. Quizá el tipo de terapia puede variar, hay gente que prefiere trabajar con el cuerpo, otras con hipnosis, y así miles de opciones. Pero lo que cuenta es hacer algo que te ayude a sanar, y no a seguir tapando y repitiendo. Aun así, la mayor parte de mi círculo cercano no va a terapia, y siempre me impresiona la resistencia que a varias de ellas les genera pedir ayuda. Las excusas suelen ser diversas: “es muy caro”, “me la voy a pasar llorando por una hora y no resolveré nada”, “tengo que investigar mucho para encontrar a la persona ideal”, “no tengo tiempo”, etc., etc., etc. Excusas hay miles, pero los problemas y las dificultades que comparten suelen ser siempre las mismas. Claramente hay algo que no funciona, y a menos que se haga algo diferente, nada va a cambiar.
Como yo estoy actualmente trabajando el aprender a poner límites, me doy cuenta de que andar recomendándole a la gente que vaya a terapia puede ser contraproducente tanto para mi ejercicio, como para su proceso. Así que lo que me ayuda (aparte de escribir sobre ello) es recordar que todos estamos viviendo nuestro propio proceso, y, ojalá, va a llegar un día en que algo hará click para la persona y decidirá comenzar a sanar. Hay valor en el momento en que esto ocurre. Todo ocurre en el momento perfecto, aunque a veces no lo parezca.
¿Qué tal tú? ¿Has ido o estás en terapia? ¿Cómo ha sido tu experiencia? Te leo.
Foto: Imagen de Drazen Zigic en Freepik